Continuamos la Sección de Sexo y Religión y tocamos algunos temas de interés sobre las consideraciones que hace la religión, la concepción judeo cristiana sobre el sexo, entrometiéndose en un ámbito puramente privado, y que, sin embargo, se ha sentido esa concepción religiosa preparada para reglar la misma y hasta para dar consejos paternales.
El sexo como impuro.
Una forma práctica de condenar el sexo era directamente considerarlo como pecado, como algo impuro y esa ha sido la tónica judeo cristiana, sobre todo para someter a la mujer.
Así todo lo que tiene que ver con el sexo es impuro y es mal visto a los ojos de Dios, y esa categoría entra no solo el acto sexual propiamente dicho, sino el embarazo, el parto, la menstruación que ha atormentado a los hombres por ese doble sangrado fértil femenino, y la eyaculación, que para no decirlo con ese nombre, ciertas versiones utilizan el de “polución”
En Levítico 15. 16, según unas versiones, se dice:
“Si un hombre tiene una eyaculación, que lave todo su cuerpo, está impuro hasta la noche”
Otras en cambio, lo expresan:
“Cuando un hombre tenga una polución, se bañará y quedará impuro hasta la tarde.”
El tener un acto sexual en pareja, en Levítico 15. 18, los hace impuros a ambos y deben bañarse, pero quedan de todas maneras impuros hasta la tarde o noche.
“Si un hombre se acuesta con una mujer, y tiene una eyaculación, se bañarán los dos y quedarán impuros hasta la tarde.”
Es condenado hasta una polución o eyaculación nocturna en Deuteronomio 23. 11,
“Si uno de los tuyos queda impuro por polución nocturna, saldrá fuera del campamento y no volverá;”
Las impurezas sexuales en la mujer.
Bajo este subtitulo se trata en Levítico 15. 19, 30, las prohibiciones sexuales a la mujer
Por la menstruación, la mujer es “impura durante siete días” con el agravante de considerarla como algo contagioso, puesto que si alguien la toca “será impuro hasta la tarde”
Tan contagiosa es la menstruación que todo objeto que la mujer toque en ese estado será considerado impuro, y el contagio continúa puesto que, si alguien toca alguno de esos objetos, “deberá lavar su ropa y bañarse con agua, y será impuro hasta la tarde”
Si, mantiene en ese estado relaciones sexuales, la mujer le transmite su impureza y “será impuro durante siete días” y como nuevo contagiado, puede a su vez contagiar y así todos los objetos por él tocados pasan también a ser impuros.
Si la menstruación le dura más de lo normal “será impura mientras dure el flujo” y una vez cesado, debe esperar siete días, y al octavo “conseguirá dos torcazas o dos pichones de paloma, y los presentará al sacerdote” para el sacrificio “uno por el pecado y el otro como holocausto”
En la mitología germánica hay también una primera pareja humana, Aske y Embla; pero su unión nunca fue juzgada como pecado.
El temor ancestral varonil ante la menstruación.
Es una constante en todas las culturas el profundo temor y terror del varón ante la sangre femenina, que hace al misterio del milagro de la creación de la vida.
Esa especial condición, ese misterio, su milagrosa condición de dar vida, su asociación ancestral a la Gran Diosa Madre es el fundamento y base del temor del hombre a lo que se le escapa de su poder y de allí que en la mayoría de las religiones, esencialmente patriarcales, existan severos tabúes contra ese periodo menstrual.
No olvidemos que ancestralmente ese periodo es un periodo lunar y asociado con la medición del tiempo y, para la construcción del Tabú, con la oscuridad de la luna.
El hombre ha temido todo aquello que no podía comprender y más aún dominar y más aún regular, y en estos parámetros se encuentra esta especial situación femenina, por lo que, no pudiendo dominarla y mucho menos entenderla, debía, en consecuencia, reprimirla y condenarla.
En la Biblia, en los textos judíos era considerada impura la mujer en este estado natural de menstruación, lo que está representando la condena y represión masculina ante el desconocimiento, temor y terror ante esa especial situación femenina.
El Levítico 15. 19, 33, se regula la impureza femenina por su flujo menstrual.
No solo se condena a la mujer, considerándola impura sino a todo aquel que tenga contacto con ella, y más aún, inverosímil, todo objeto con el que haya tenido contacto la mujer, esto es una situación de infección.
“La mujer que tiene flujo, el flujo de sangre de su cuerpo, permanecerá en su impureza por espacio de siete días. Y quien la toque será impuro hasta la tarde.”
“Todo aquello sobre lo que se acueste durante su impureza quedará impuro; y todo aquello sobre lo que se siente quedará impuro.”
“Quien toque su lecho lavará los vestidos, se bañará en agua y permanecerá impuro hasta la tarde.”
“Quien toque un mueble cualquiera sobre el que ella se haya sentado lavará sus vestidos, se bañará en agua y será impuro hasta la tarde.”
“Quien toque algo que esté puesto sobre el lecho o sobre el mueble donde ella se sienta quedará impuro hasta la tarde.”
“Si uno se acuesta con ella se contamina de la impureza de sus reglas y queda impuro siete días; todo lecho en que él se acueste será impuro.”
“Cuando una mujer tenga flujo de sangre durante muchos días, fuera del tiempo de sus reglas o cuando sus reglas se prolonguen, quedará impura mientras dure el flujo de su impureza como en los días del flujo menstrual.”
“Todo lecho en que se acueste mientras dura su flujo será impuro como el lecho de la menstruación, y cualquier mueble sobre el que se siente quedará impuro como en la impureza de las reglas.”
“Quien los toque quedará impuro y lavará sus vestidos, se bañará en agua u quedará impuro hasta la tarde.”
“Una vez que ella sane de su flujo, contará siete días, quedando después pura.”
En las regulaciones se toma ese estado como un pecado además de la impureza, por la que se obliga a las mujeres a someterse a baños purificadores cada vez que dejan de menstruar y por ello, al finalizar debe rendir tributo, como penitencia por haber pecado y ofrecer al culto un tributo.
“Al octavo día tomará para sí dos tórtolas o dos pichones y los presentará al sacerdote a la entrada de la Tienda del Encuentro.”
“El sacerdote los ofrecerá uno como sacrificio por el pecado, el otro como holocausto; y hará expiación por ella ante Yahvéh por la impureza de su flujo.”
“Mantendréis alejados a los israelitas de sus impurezas para que no mueran a causa de ellas por contaminar mi Morada, la que está en medio de ellos.”
“Esta es la ley relativa al hombre que padece flujo o que se hace impuro con efusión de semen,”
“a la indispuesta por el flujo menstrual, a aquel que padece flujo, sea varón o mujer, y a aquel que se acueste con una mujer en período de impureza.”
En otras sociedades, puesto que esto no es privativo ni exclusivo del judaísmo, se recluía a las mujeres, o se las enviadas fuera del pueblo, y se les prohibía e impedía tocar alimentos con las manos.
En este especial estado menstrual la prohibición más severa era la de prohibir todo contacto sexual, concepto que ha prevalecido a lo largo del tiempo.
El temor y rechazo del varón hacia la mujer con menstruación se refleja igualmente en el pasaje bíblico en Génesis 18. 35, que relata cuando Rebeca miente a su padre Laban, sobre un ídolo, que guardaba bajo si, argumentando no poderse levantar por encontrarse con la menstruación.
“Ella dijo a su padre: No le dé enojo a mi señor de que no pueda levantarme en tu presencia, porque estoy con las reglas. El siguió rebuscando por toda la tienda sin dar con los ídolos.”
El tabú menstrual es riguroso y lo fue en toda sociedad ancestral, figurando en la Biblia como una expresa prohibición, y para tener idea de su magnitud, tengamos en cuenta que la inserta junto a la prohibición de tener relaciones sexuales con bestias.
En Levítico 18. 19, se impone:
“Tampoco te acercarás a una mujer durante la impureza menstrual, para descubrir su desnudez.”
Las leyes de Manú son más severas aún:
“la sabiduría, la energía, la fuerza, la vitalidad de un hombre que se acerca a una mujer mancillada por las excrecencias menstruales perecen para siempre.”
Simone de Beauvoir. (1.908 – 1.986) novelista francesa, filósofa existencialista y feminista, sostenía en su libro “El segundo sexo” (1.949) que la mujer debe autodefinirse por cuanto, y con razón la mujer siempre ha sido definida por el hombre y en función de algo, de ser madre, esposa, hija o hermana, por lo que debe reconquistar su propia identidad, para lo cual impuso su célebre frase:

“No se nace mujer, se llega a serlo”
Y en cuanto al temor masculino:
“al hombre le repugna encontrar en la mujer a quien posee la temida esencia de la madre, y por eso se aleja sexualmente cuando ésta se dedica a su papel reproductor: durante las reglas, cuando está embarazada y cuando amamanta (…) la mujer impúber no encierra ninguna amenaza, pero se vuelve impura desde que es capaz de engendrar”
Sobre la menstruación, nos dice la autora:
“Cada mes hace y deshace en ella una cuna; cada mes un hijo se prepara para nacer, y aborta en el naufragio de los encajes rojos…”
